Edición #2: El guitarrista de tres dedos

y otras leyendas no urbanas

¡Bienvenidos y gracias por llegar/seguir aquí! Si se perdieron la primera edición, pueden verla online en www.espressoyneon.com

Esta segunda edición trae #storytime con banda sonora.

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Vinilo y Bits

Recomendación de la semana: DJANGO: An Introduction to the Guitar Genius. Django Reinheardt fue el más habilidoso guitarrista de tres dedos que el planeta haya gestado. La mente portentosa que creó un nuevo género musical: el jazz manouche o jazz gitano. El objeto del deseo del personaje Emmet Ray, segundo mejor guitarrista del mundo en Sweet & Lowdown (gran película de Woody Allen).

"¿Y por qué este álbum?", se preguntarán. (Pregúntenselo, por favor, para poder seguir).

  • Porque escuchar a Django tocar la guitarra —solo o acompañado del eufórico violín de Stéphane Grapelli en After you’re gone, por ejemplo— te pone de buen humor. En serio. El jazz gitano es intrínsecamente festivo.

  • La destreza sobrenatural de Django Reinhardt hace que te cuestiones la existencia misma del arte y la calidad de tus contribuciones a este mundo, que seguro no son lo que quisieras, pero eso no podrá deprimirte porque nunca puedes deprimirte con Django.

  • Por último, aunque no soy muy fan de las compilaciones o “Best of”, recomiendo este álbum porque no solo es muy bueno como disco introductorio al género o al artista, sino como disco, punto.

En Guayaquil tenemos una banda que toca (¡y muy bien!) jazz gitano: Sepia Jazz Trio. La primera vez que los escuché, me acerqué un poco nerviosa a preguntarles quiénes eran, cómo así tocaban esa música; creo que hasta les hablé en francés (idioma que no está en mi base de datos). Espero no haberlos asustado. Son súper talentosos y apasionados por lo que hacen y eso se nota en sus performances.

Hay una app para eso

Como esta es la edición #2 del newsletter, traigo 2 parientes de Spotify.

  1. Swipefy es el hijo de Spotify y Tinder que consume nootrópicos. Trabaja con un algoritmo más intuitivo y rápido que el de su padre y es muy fácil de usar. Te enlazas a Spotify e inmediatamente te presenta música similar a lo que hay en tu historial y playlists, con ciertas variaciones para que descubras algo nuevo. Te da 30 segundos para que decidas: deslizas a la derecha si te gusta la canción; deslizas a la izquierda si no te gusta y qué lástima, pero adiós. 

    • Sistema operativo: iOS, Android

  2. Unchartify es la melliza de Swipefy. No necesita nootrópicos. Es temeraria, rebelde y quizá vegana. Quiere ser distinta a toda su familia, pero no logra sacudirse el parecido. Lo que Unchartify hace es mostrarte todas los géneros, álbumes y artistas de Spotify que nunca descubrirías si no te aventurases a vivir como Jane Goodall en el Parque Nacional Gombe Stream, sola y rodeada de grandes simios. Pero tú, en vez de observar chimpancés salvajes, prestarías tu tímpano al post-punk islandés o al Afro-House angolano; descubrirás técnicas, métodos y prácticas musicales insospechadas. ¿Riesgoso? Depende de tu flexibilidad estética, pero seamos honestos: si sobrevivimos al Marciano de Oro y los himnos de la misa del domingo cantados por la organista devota y desafinada, estamos más que preparados para el hip hop macedonio.

    • Sistema operativo: web

TL;DR

Estas siglas, que significan "too long, didn't read" ("demasiado largo, no lo leí"), nacieron en la prehistoria de internet, cuando usábamos foros de discusión para compartir nuestra sabiduría con el mundo occidental. Yo quisiera seguir contribuyendo al esparcimiento de la sabiduría occidental con esta sección, pero no con mis ideas, sino en plan rémora, haciendo un "breve" resumen de cosas que he leído, escuchado o visto y me han fascinado.

Advertencia: inicio del #storytime

En mi casa, mis tres hermanos y yo crecimos en un ambiente continuamente sonorizado por música de una heterogeneidad psicótica. A mi papá le encantaban los cantantes franceses (como todo libanés que se respeta), los crooners y la música clásica, sabía mucho de ésta y le gustaba explicarnos las diferencias entre tal y cual compositor, tenía directores, pianistas, violinistas favoritos; cuando se iba de viaje, me traía discos alucinantes que encontraba con el algoritmo original: el dependiente de la tienda de discos. Gracias a mi papá descubrí a Tori Amos y Miriam Makeba. Mi mamá, en cambio, era de composiciones más vernáculas. Baladas, rumbas, cumbias y los popurrís de Pequeña Compañía. Estos últimos eran los que escuchábamos cuando íbamos a la playa. Y cuando regresábamos de la playa. Y cuando íbamos de una playa a otra. Era un lavado de cerebro que hoy se puede constatar si uno de mis hermanos dice “Primavera, la espera”, porque el otro contestará “verano, la mano”, mi ñaña “invierno, un infierno”, y yo “otoño, un retoño” y luego los cuatro al unísono, como los sobrinos de Pato Donald: “¡Eso! ¡Es! El amooooor ¡Sí señor! Nicolasa, dime dime qué te pasa”. Los cassettes de mi mamá, llamados REBECA con un número al lado que indicaba el orden de grabación, estaban organizados en perfecta nomenclatura como si fuera el catálogo de las obras de Bach. Sabíamos de memoria que, por ejemplo, REBECA 2 eran las baladas de las Rocíos, Paloma San Basilio, El Puma, Perales, etc. Rebeca 4 era para los picnics, por la temática tropical de La Sonora Dinamita “me provoca llevarte hasta el centro del mar, y de allí pues lanzarte a que te coma un tiburón”. En fin, esta biografía no autorizada de mi familia es para decir que, quizá por todo eso, para mí no hay música fea, siempre y cuando el artista sea bueno en su género (criterio muy subjetivo).

Fin del #storytime. Inicio de TL;DR.

Hace años leí un artículo sobre la historia del fade-out (la disminución gradual del sonido) en las composiciones musicales. Cuando aún no existían equipos de grabación y la música se escuchaba en vivo interpretada por una orquesta sinfónica, los conciertos solían terminar cada movimiento de manera abrupta, no había otra forma de decir “fin”. No se podía hacer fade-out. Pero Joseph Haydn, temerario y rebelde como Unchartify, dijo "claro que se puede" y en 1772 compuso la Sinfonía de Despedida, que el autor Alan Cross explica bellamente en su artículo:

"A medida que terminaba la pieza, cada uno de los músicos apagaba las velas de sus atriles y abandonaba el escenario uno a uno, reduciendo gradualmente el volumen hasta que no quedaba nada."

Pero ese no es el artículo que leí primero (aunque eso no importa); la anécdota que recuerdo vívidamente es la que cuenta William Weir en la revista Slate sobre Gustave Holst y su uso del fade-out en Los Planetas:

“Para la sección Neptuno de Los Planetas, Holst hizo cantar al coro femenino en una habitación fuera del escenario. Según sus instrucciones, cerca del final la puerta debía cerrarse muy lentamente: «Este compás debe repetirse hasta que el sonido se pierda en la distancia». Considerando el tema —se creía que Neptuno era el planeta más lejano del sistema solar—, el intento de Holst de evocar la lejanía del planeta y los misterios del cosmos tiene sentido.”

En ambos casos, el móvil de los compositores para emplear el fade-out era poder ilustrar mejor aquello que querían decir con su música. Pero en los años 70, 80 y 90, salvo uno que otro músico que usaba este desconcertante recurso con una intención artística (OMD en Joan of Arc, Depeche Mode en Enjoy the Silence, The Verve en Bittersweet Symphony), el móvil para emplear el fade-out era comercial: se necesitaba para que los DJs en la radio pudieran hablar encima de la canción mientras tu dedo índice —ansioso por capturar el momento como nuestra querida Jane Goodall cuando vio a los chimpancés usar herramientas— solo deseaba un silencio sin interrupciones para aplastar el botón Record de la grabadora y lograr el cassette con la mezcla perfecta. Como los REBECA. Y catalogarlo con tu propia nomenclatura, y crear un recuerdo inolvidable para tus amigos, para tu familia. Porque una canción, esa canción, será el claro del bosque en medio del caos de la vida adulta y del colapso global; será un refugio en momentos difíciles al que siempre podrás volver y escuchar las voces y las risas de las personas que más amas.

Y eso es todo por ahora. Espero que hayan disfrutado de leer esta edición tanto como yo disfruté al escribirla. Les dejo un reto, que es más una tercerización de una duda que surgió luego de revisar los dos artículos de TL;DR: ¿existe el fade-out en la literatura? Si tienen una respuesta o más preguntas, pueden escribirme ya sea comentando en la versión web del newsletter o en el formulario que está al final.

¡Muchas gracias a quienes me escribieron para comentar la edición #1!

Nos vemos la próxima semana.

Denise

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